Si la reina Isabel II ha sido denigrada y envilecida por escritores y periodistas, olvidando que Sevilla debe a su gobierno la Feria de Abril, el haber salido de la época de las diligencias para entrar en la del ferrocarril, y la construcción de mejoras públicas como el puente de Isabel II, y el cementerio de San Fernando, su padre el rey Fernando VII ha sido también atacado, ultrajado y menospreciado por muchas plumas de autores, no siempre bien informados, ni, sobre todo, imparciales y veraces.

Refiriéndose a Sevilla, que es lo que nos interesa, Fernando VII, al acceder al trono, hubo de restaurar una Sevilla que había sido devastada por la ocupación napoleónica, y empobrecida por la guerra. Dos años después, apenas restañadas las heridas que había ocasionado la contienda, en 1816 sufrió una de sus mayores inundaciones, quedando Triana y los arrabales de la ciudad prácticamente destruidos, lo que se agravó por el efecto del terremoto ocurrido el 2 de febrero, que derribó numerosos edificios, e incluso las rejas de hierro de las casas consistoriales. Todo lo cual en una España empobrecida no sólo por la guerra de la Independencia, sino también por la sublevación de las colonias americanas, no impidió que bajo el reinado de Fernando VII se restaurase el caserío de la ciudad, se incrementase la producción de sus astilleros, construyéndose el primer buque de vapor que existió en España, botado el 30 de mayo de 1817 y que llevó el nombre de El Betis, se reconstnveron edificios públicos como la Audiencia, y en años siguientes se construyeron el mercado de la Encarnación, que suprimió el sistema tercermundista de exponer los alimentos en el suelo o en tenderetes en la vía pública; la plaza de Armas, que era un antiguo muladar y que fue urbanizada, el paseo de Cristina, calificado por el historiador Joaquín Guichot como «importante mejora pública», el alumbrado público, los primeros ensanches fuera del recinto amurallado, y en el aspecto recreativo, la construcción del teatro Principal y de la Escuela de Tauromaquia, como en el de la beneficencia la creación del hospicio para cien ancianos y para niños abandonados, frente al convento de Madre de Dios, en la calle San José.

En recuerdo de este monarca, los duques de Montpensier, don Antonio de Orleáns y su esposa la infanta doña María Luisa, pusieron en los jardines del palacio de San Telmo una estatua de Fernando VII traída de París del palacio que la reina viuda doña María Cristina tenía en aquella ciudad.

Esta estatua decoró los jardines hasta que doña María Luisa regaló a Sevilla la parte de los que hoy es el llamado parque de María Luisa. Monumento que, a pesar de no haber costado una sola peseta al pueblo sevillano, y de que recordara una etapa de la historia de Sevilla, fue primeramente mutilada arrancándole las manos, y posteriormente almacenada, -que no expuesta-, en el patio anejo al convento de Santa Clara, donde se almacenan lápidas y restos arqueológicos junto a la torre de don Fadrique, donde hoy podemos verla. El sectarismo político intenta así, en este caso como en otros muchos, borrar la historia de la ciudad.