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Cuando hablamos del Casco Antiguo de Sevilla, ¿a qué nos estamos refiriendo? ¿Qué es exactamente el casco antiguo de la ciudad?

La respuesta, aunque con matizaciones, es esta: Entendemos por Casco Antiguo a todo el espacio comprendido dentro del recinto de murallas que protegía la ciudad. Veamos cómo se desarolló Sevilla desde sus más remotos orígenes hasta completar su cinturón de murallas en el siglo XVIII en que alcanza su total esplendor.

Primer recinto. Aunque en época prehistórica hubo un poblamiento del que han quedado algunos vestigios, anzuelos, puntas de flecha y útiles del Neolítico encontrados en la Cuesta del Rosario, no existió una muralla. De época fenicia han aparecido únicamente restos de un muelle en la calle Relator, de cuando el río Guadalquivir pasaba por la Alameda. Y de época cartaginesa, troncos de una empalizada, en la calle Cuna. Sin embargo, lo que constituye el primer testimonio de amurallamiento es un trozo de muralla en el sótano de una casa en la calle Augusto Plasencia. Coresponde éste a un pequeño recinto militar del primer momento de la época romana. El ‘oppidum’ o núcleo fortificado comprendería, según parece, lo comprendido entre las calles Augusto Pla-sencia, Muñoz y Pabón, Federico Rubio, Mateos Gago, Placentines, Francos, Cuesta del Rosario, a cerrar en Augusto Plasencia. Esto no duraría mucho, solamente en la primera etapa, estrictamente militar, o sea, desde el año 205 antes de Cristo, en que las legiones mandadas por Escipión pisaron por primera vez Sevilla, hasta el año 43 antes de Cristo, en que César derrota a los hijos de Pompeyo en la guerra civil y decide convertir a Hispalis en una ciudad industrial, mercantil y portuaria. En ese momento se abandona el ‘oppidum’ y se inicia la ‘civitas», la Ciudad.

Segundo recinto. El recinto amurallado por César va desde la Plaza de Villasís, por Imagen y Almirante Apodaca, a la iglesia de Santa Catalina, donde gira para seguir por la calle Alhóndiga, a buscar Vírgenes, Mateos Gago y la Plaza Virgen de los Reyes, siguiendo por la calle Alvarez Quintero y calle Cuna a desembocar nuevamente en Villasís. De este recinto se han encontrado vestigios en Villasís, cuando se hizo una obra en el edificio que fue de venta de discos de Radio Sevilla, y en el cine de la calle Cuna, además de un trozo de muralla dentro de la iglesia de Santa Catalina, y otro entre las casas de la calle Alhóndiga y las de la calle Almudena, como explico en alguno de mis libros.

Tercer recinto. Tras la muerte de César quedó así el recinto de la ciudad. Hispalis sin variar desde el año 43 hasta quizá el año 100 en que se rectifica el muro norte, ensanchando hasta la calle Orfila, Cervantes a San Juan de la Palma, bajando desde ahí a Gerona y Santa Catalina.

Pero el año 172 después de Cristo se produjo un hecho insólito. Las legiones romanas que mantenían el ‘limes’ en Marruecos, o Hispania Tingitana, con capital provincial en Tánger, son arrolladas por una oleada de africanos, mauritanos y argelinos, que se apoderan de parte del territorio, cruzan el Estrecho y ocupan parte de Andalucía. Esta invasión africana duró unos cuatro años, y hubo que bajar desde León la Legio VIl, y traer otras legiones de la Galia y de Italia, para reducir a los africanos. En esa ocasión se comprobó que Sevilla tenía ya muchos barrios fuera de murallas, y que se hacía necesario ampliar estas para que pudieran defender a ese vecindario exterior al recinto. Para ello se prolongó la muralla desde la calle Cervantes, por San Martín a buscar la calle Feria, Resolana, Macarena, Puerta de Córdoba, Osario, Puerta Carmona, Puerta de la Carne, y subir por Mateos Gago, Alvarez Quintero, Cuna, a Cervantes. Con esto se completa el recinto de la época romana, que va a durar desde 176 después de Cristo hasta los año 1.100.

Cuarto recinto. Hasta la llamada Invasión de los bárbaros, Sevilla continuó viviendo dentro de ese recinto de murallas. El río continuaba discurriendo por lo que hoy es la calle Calatrava, Alameda de Hércules, Tetuán y Méndez Núñez, Plaza Nueva, donde se han encontrado en el subsuelo restos de barcos, anclas y vasijas de exportación de aceite, y seguía por la Avenida de la Constitución, para doblar por la calle García de Vinuesa, formando el Arenal, y siguiendo, aproximadamente, por el extremo de Triana, a buscar San Juan de Aznalfarache.

Pero en el año 581, el príncipe Her-menegildo, que gobernaba como virrey la provincia Bética, se subleva contra su padre Leovigildo, rey de la monarquía visigoda, que gobernaba toda España y el sur de Francia. Hermenegildo era católico y su padre profesaba la región arriana, que era la oficial del reino. Hermenegildo se fortifica en Sevilla y Leovigildo viene contra él. Este último viendo que el río pudiera ser una vía de ayuda de la flota bizantina, que dominaba Marruecos, y prestar auxilio al su-blevado, tomó la decisión, increíble por lo grandioso, de alejar el rio de la ciudad. Para ello hizo una desviación en la Resolana y echó el río hacia Triana.

Quiere esto decir que Sevilla aumentó su superficie edificable desde la calle Sierpes al Paseo de Colón, desde la calle Feria a la calle Torneo. Sin embargo, ese terreno no fue por entonces incorporado al casco urbano sino que desde el 58l quedó como tierra pantanosa y la Alameda como una laguna. Las mura-las seguían como en tiempo de los ro-manos.

Pero al producirse la invasión árabe y, posteriormente, la invasión de los fundamentalistas e integristas llamados

Almoravides, la cosa cambió. Convertida ya Sevilla en provincia de Marruecos, el emperador marroquí Yusuf decidió agrandar la ciudad, por lo cual alargó la muralla desde la Resolana, por Medigorría, espaldas de San Vicente. Goles, Gravina, espaldas de calle Zaragoza, buscando el Postigo y la calle Santander, para desde allí unir la nueva muralla con la del Alcázar.

Este es, salvo retoques como añadir el Alcázar, la Casa de la Moneda y la Real Fábrica de Tabacos, el Casco Antiguo de Sevilla. Respecto a lo que queda de la muralla y de sus puertas diremos que… ¡O no diremos! Porque esto es ya una historia para otro día.

(c) Jose María de Mena

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