En la Plaza de la Puerta de Jerez existe un hermoso palacio conocido por el nombre de palacio Yanduri. Ocupa el solar en donde antiguamente estuvo el palacio de Vicentelo de Leca «El Corso» , desde el siglo XVI, edificio que después fue Jefatura de Intendencia del Ejército, y en donde en el año de 1901 nació Vicente Aleixandre, nuestro premio Nobel, que era nieto de un Intendente Militar.
En el año 1902 el Ministerio de la Guerra decidió trasladar sus dependencias y el edificio quedó abandonado.
Por aquella época acababa de inventarse el automóvil y empezaron a circular los primeros vehículos de motor, con las marcas «Lancia» , «De Dion Butón» y «Bugatti». El automóvil iba a ser un nuevo deporte, pero también herramienta de trabajo para ganarse la vida los conductores, a los que entonces se llamaba «chaufferes» o mecánicos.
Fue entonces cuando apareció por Sevilla un joven vasco, muy experto en el manejo de aquellos artefactos, que andaba siempre de un lado a otro conduciendo un «auto» que asustaba a los transeúntes con su ruidoso motor y sus nubes de pestilente humo de petróleo.
El joven se fijó en una muchacha que cada mañana iba a misa a la iglesia del Sagrario, acompañada de una sirvienta o una «señorita de compañía” tal como se acostumbraba en aquel entonces en las clases acomodadas.
Tras algunas miradas insinuantes y algunos tímidos saludos, y acercarse a ella en la iglesia para darle en la punta de los dedos el agua bendita de la pila que había junto a la puerta, se atrevió el joven a dirigirle la palabra, y en varias ocasiones, a la salida de la misa pasearon por el Patio de los Naranjos, siempre bajo la comprensiva pero vigilante complicidad de la dama de compañía.
La señorita se llamaba Tere Parladé Heredia y era hija de uno de los aristócratas y hacendado más ricos de Sevilla.
Montó el padre en cólera cuando supo que un forastero, desconocido, y que al parecer se ganaba la vida conduciendo un automóvil, se había atrevido pretender a su niña, y valiéndose de una persona de su confianza, sacerdote por cierto, le envió al joven vasco un mensaje intimidándole a que no volviera a acercarse a la muchacha.
El joven vasco, que se llamaba Pedro Zubiría, escuchó respetuosamente al sacerdote, y únicamente se atrevió a preguntar:
Y ¿qué es lo que quiere para su hija el señorParladé?
Pues, hijo mío, el señor Parladé lo que querría para su hija sería un aristócrata, con un título nobiliario, dorado por una buena fortuna, y que tuviera casa y familia conocida en Sevilla.
El joven, insistió:
Pero ella me quiere a mí. ¿O no?
Sí hijo mío, ella te quiere porque yo he sido testigo de sus lágrimas, pero como su padre
es inflexible, debes olvidarla.
Pasaron unos meses, y el edificio de
Intendencia Militar salió a subasta para su
derribo, y pronto empezaron las obras de construcción de un magnifico palacio en su lugar. Toda Sevilla asistía con sorpresa a esa edificación, que por su magnitud parecía impropia ya del siglo XX, más parecida a los palacios de cuando Sevilla era rica metrópoli capital del Imperio económico de las Indias.
Por fin se terminó la construcción del palacio, y su propietario para la inauguración, ofreció una brillante fiesta de sociedad a la que fueron invitadas las personas más distinguidas de la ciudad. No podía faltar a un festejo tan elegante la familia Parladé y allí acudió el señor Parladé
con su esposa.
Para recibir a los invitados salió una
respetable señora, doña María Ibarra, a quien todos felicitaban por la riqueza del palacio y el buen gusto con que se había amueblado. Doña María dirigiéndose al señor Parladé le dijo:
El mérito de amueblarlo y decorarlo ha sido
mío, indudablemente, pero la construcción del palacio no ha sido idea mía.
Y dirigiéndose a una sala contigua llamó:
Sal aquí, Pedrito, que quiero presentarte.
Y el señor Parladé con asombro vió que el
joven que salía de aquella sala era el vasco que andaba conduciendo ruidosos automóviles, siempre vestido con un guardapolvo manchado de grasa. Ahora en cambio aparecía vestido de etiqueta, con un aspecto radiante.
El Joven se acercó a saludar y dijo, dirigiéndose al señor Parladé:
Sí, el palacio lo he construído yo, y he
hecho venir a Sevilla a mi señora madre, para demostrar que sí puedo ofrecer una familia conocida y una casa digna, a la joven que quiero hacer mi esposa.
El joven se llamaba Pedro Zubiría e Ibarra,
marqués de Yanduri. Como era natural se casó con Tere Parladé y Heredia. Vivieron felices, y al final de sus vidas el palacio de los Yanduri se convirtió en colegio de monjas, donde se han educado
varias generaciones de niñas.
Un episodio en la historia del Palacio de
Yanduri fue que en el año 1936 sirvió durante algunos meses de Cuartel General del Ejército del General Franco, quien desde ahí dirigió las primeras operaciones de la Guerra Civil.
Actualmente, y desde el dia 21 de Junio de
1989, el Palacio de Yanduri, perfectamente
restaurado, está ocupado por la sede regional del Banco de Santander.
Don Pedro Zubiría e Ibarra, marqués de
Yanduri murió en 1932 y un año más tarde su esposa Teresa Parladé Heredia. Ambos están enterrados en el panteón de los Yanduri, en la Catedral Hispalense, que está situado enfrente de la puerta de la Capilla de la Virgen de los Reyes.
Comentarios por Jose María de Mena