Una de las mejores pinturas que hizo el insigne Luis de Vargas fue el Cristo de los Ajusticiados que representa a Jesús cargado con la Cruz a cuestas, por el camino del Gólgota. «Tiene la particularidad el Señor de estar vestido de blanco y es voz común que se pintó así porque pasaban por la estación del Corpus los reos que llevaban a morir por sus delitos, y al pasar por este sitio los paraban para que rezasen al Señor, y como estos reos para ir al suplicio llevaban una ropa blanca, pintaron a Jesús vestido del mismo modo para que su muerte les sirviera de consuelo» (González de León. «Noticia artística de Sevilla»).
Esta noticia de González de León nos recuerda que en la Sevilla del siglo XVI los condenados a muerte eran llevados al suplicio por el mismo itinerario que hacía la procesión del Corpus, a lo que en lenguaje judicial se llamaba «ir por las calles acostumbradas». Dado que la Cárcel Real estaba en la calle Sierpes, y que los reos eran ahorcados en la Plaza de San Francisco, se infiere que el recorrido habría de ser el siguiente: Desde calle Sierpes, por Cerrajería al tramo de la calle Cuna que conduce al Salvador, y por Placentines y Alemanes, tomar la calle Génova, hoy Avenida de la Constitución, y llegar a la plaza de San Francisco. Estas eran las llamadas “calles acostumbradas» para todos los efectos legales, tanto las conducciones de reos, como el recorrido de los condenados a recibir azotes por el camino, o simplemente los lugares donde se echaban los pregones para conocimiento del vecindario. A estas «calles acostumbradas» alude el Padre León en su «Compendio» sobre la cárcel de Sevilla al describir una ejecución.
Así pues, los reos a la horca se detenían en su marcha al suplicio ante el Cristo de los Ajusticiados, que nos ha descrito antes González de León.
Pero ¿dónde estaba el Cristo de los Ajusticiados, la célebre pintura del insigne Luis de Vargas?

Veamos lo que nos dice Gestoso en su «Sevilla Monumental» tomo II página 91:
Fachada del patio de los Naranjos a la calle Alemanes: «Siguiendo exteriormente este mismo lienzo de muro hallamos a la izquierda de la Puerta del Perdón un altar colocado en tribuna alta, con un gran lienzo que representa al Señor con la Cruz a cuestas; la vidriera de cristales que lo resguarda impide ver y apreciar debidamente el mérito de dicho cuadro, atribuido al insigne Luis de Vargas. Dicha pintura parece ser la misma que restauró en 1594 el maestro portugués Visco Perea o Pereira, por cuyo trabajo se le pagaron 14.960 maravedíes.
Debajo de la tribuna mencionada hay capilla de altar dorado en que se venera un sinpecado con la imágen de la Virgen de la Antigua, perteneciente a dicha hermandad.
Dado que hay dos altares en tribuna alta en esa fachada exterior del Patio de los Naranjos la calle Alemanes, para que no podamos confundirnos en la identificación diremos que se habla del más próximo a Placentines, y por consiguiente el más alejado de la Puerta del Perdón.
El cuadro está todavía ahí, aunque el reflejo de la luz en el cristal, y su escasa limpieza, impiden por completo verlo. Tan solo en alguna ocaSión, en que la luz del sol sea excesivamente vorable puede verse el Cristo, que está de perfil, con su túnica blanca, la cruz al hombro, y que marcha en dirección hacia nuestra derecha tal como miramos desde la calle, es decir como si fuera a caminar hacia la Avenida. Por la actitud muy inclinada, da la impresión de que dentro de un instante va a caer al suelo en una de sus Tres Caidas en la calle de la Amargura.
Hemos titulado este capitulo «El Cristo secuestrado» pues verdaderamente tal como está puesto, resulta imposible que el público pueda verlo y más aún venerarlo. Encerrado en su altar o capilla, invisible desde la calle el Cristo ni está dentro de la Iglesia ni está al aire libre. Podemos decir sin irreverencia que el Cristo está secuestrado, arrebatado a la devoción popular. Una situación ilógica, que debe remediarse.

© Jose María de Mena 1990

© David de Mena 2019