¿Conocen la leyenda de la misa de ánimas ocurrida en el convento de San Francisco, donde hoy está la Plaza Nueva? Ocurrió hacia el año 1600 y es un caso espantable que dio mucho que hablar en la ciudad de Sevilla.

Era por aquel tiempo, lego de la comunidad cierto hombre que había sido un gran pecador, llamado don Fernando de Torres, el cual llevaba una vida libertina, y que yendo de crápula con unos amigos cierta noche, pasó por detrás del convento y vio por una de las ventanas, que un fraile estaba disciplinándose con rigurosa penitencia, y, herido en lo vivo el caballero pecador por el ejemplo del religioso, abandonó a sus amigos aún siendo a tan a deshoras, llamó al convento y pidió en aquel mismo instante, que le admitieran por lego, arrepentido de sus muchas culpas.

Ocurrió a este bendito de Dios, que, de allí en adelante se pasaba la mayor parte del tiempo en la capilla del convento, que hoy es la llamada Capilla de San Onofre. Cuando terminaba los quehaceres humildes de barrer y fregar, corría a la capilla y allí postrado ante el Santísimo Sacramento, derramaba abundantes lágrimas recordando sus antiguos pecados.

Igualmente, por las noches, interrumpía el descanso, y furtivamente se dirigía a la capilla para ponerse en oración.

Era, pues, una de estas noches, y, precisamente la del dos de noviembre, conmemoración de los Fieles Difuntos, cuando estando en oración el lego oyó que alguien entraba en la capilla. Volviose sorprendido y vio que el recién llegado era un religioso franciscano, aunque no lo reconoció, pareciéndole no ser de la Comunidad del mismo convento.

—Será algún fraile que ha venido transeúnte a pernoctar en la casa, —pensó para sus adentros, no extrañándole porque era frecuente que los frailes franciscanos de Jerez y Sanlúcar, cuando venían a Sevilla a predicar alguna novena, pernoctasen en la casa grande de San Francisco.

El fraile, sin mirar a derecha ni a izquierda, se dirigió a la sacristía y al cabo de un momento volvió a salir, revestido como para decir Misa; llevando en la mano el cáliz. Se situó ante el altar y volviéndose de cara hacia los bancos, dio un gran suspiro, y después recogió de nuevo el cáliz y volvió a meterse en la sacristía, de donde salió otra vez sin revestir y cruzando la iglesia, desapareció.

El lego, que lo había visto todo, quedó sorprendido y aún atónito del extraño comportamiento de aquel fraile que se revestía para decir Misa, pero no la decía.

A la mañana siguiente, el lego que no había podido dormir en lo demás de la noche pensando en tan extraño suceso, lo comunicó al prior del convento, Y éster sabiendo que aquella noche no había pernoctado ningún fraile transeúnte, pensó

que algún misterio se ocultaba en la persona del desconocido fraile, y, encargó al lego que volviera a permanecer en la iglesia a la noche siguiente, para ver qué ocurría.

En efecto, la noche siguiente, a las doce volvió a aparecer el mismo fraile, se revistió, llegó al altar, se volvió a mirar hacia el cuerpo de la iglesia, dio un suspiro, recogió el cáliz, regresó a la sacristía para quitarse la casulla, y volvió a abandonar el templo.

Comunicó nuevamente el lego lo ocurrido, al prior, y añadió:

—¿No le parece a su Paternidad que, si esto ocurre otra vez, yo debería acercarme al altar para ayudar la Misa, si el fraile visitante quiere oficiarla?

—Ciertamente, que quizás sea lo más indicado, y, para ello, tiene su reverencia mi consentimiento.

Apostose tercera vez el lego en la capilla, y, al dar las doce apareció nuevamente el fraile y ya revestido, se acercó al altar.

Entonces el lego, venciendo el temor que le inspiraba la figura del desconocido religioso, se acercó a él y le dijo:

—¿Quiere su Paternidad que le ayude la Misa?

El fraile, contestó afirmativamente con la cabeza, sin decir palabra, y el lego, temblándole las manos, encendió las velas del altar, preparó las vinajeras, y arrodillándose junto al sacerdote comenzó a ayudarle.

El fraile oficiaba con una voz susurrante que parecía venir del otro mundo, y al llegar al «Confiteor» añadió después del rezo, las tremendas palabras del versículo ‘ ‘Dies irae, dies illa», con que aumentó la confusión y el espanto del lego.

Por fin terminó de decir la Misa, y cubriendo el cáliz, lo puso al lado del altar se despojó de la casulla y ornamentos, y volviéndose al lego le dijo:

—Yo soy el Padre Raimundo de esta comunidad, que vivió hace doscientos años. Tenía encargada una Misa de difuntos, y por negligencia, dejé de oficiarla, por lo que Dios, cuando me llegó la muerte, me condenó a permanecer en el Purgatorio hasta tanto no satisfaciera mi deuda de oficiar aquella Misa olvidada. Doscientos años llevo viniendo todo el mes de ánimas a este convento, sin haber podido hasta hoy oficiar la Misa, por no tener quien me la ayudase. Ahora, gracias a vuestra reverencia, podré salir del Purgatorio y salvar mi alma.

Y tras estas palabras, el fraile desapareció milagrosamente sin que el lego pudiera verle más.