José María de Mena es uno de los intelectuales españoles que más se han destacado en ta labor de reivindicar la historia de la cultura hebrea aportando con sus investigaciones históricas nueva luz para el conocimiento de la literatura y el arte judío de la España medieval. ¿Conocen quién era Judá Haleví, Avicebrón o Ben Maimón? 

Contra lo que pudiera pensarse, España es el país que menos ha perseguido a los judíos. La historia de España no está manchada de sangrientos «progrom’s» como sucede en la historia de Polonia, de Rumania, de Hungría, de Alemania….

Durante siglos y siglos, aun desde mucho antes del nacimiento de Cristo, los judíos estuvieron afincados en la península Ibérica, sin que su presencia despertara la hostilidad de los españoles.

La contribución de los judíos al desenvolvimiento económico y al progreso intelectual europeo en la Edad Media fue posible única y exclusivamente gracias a la protección que los judíos disfrutaban de parte de los reyes españoles como Alfonso X el Sabio, que reunió en su «Colegio de Varones Doctos» de Sevilla a los más sabios estudiosos del pueblo judío, trayéndolos desde los más remotos países, no solo de Europa sino del África y Asia. A la sombra del alcázar real de Sevilla, los Varones doctos, entre los que se contaban eminentes lumbreras como el rabí Zag ben Zagut, el rabí Jeudahá Cohén, y Alquitibio, trabajaron en íntima colaboración con los primeros sabios árabes, como Aben Ragel y Mahomad, siendo fruto de sus investigaciones y cálculos, la publicación de las célebres «Tablas alfonsinas», de los «Libros del saber de astronomía», y otras obras fundamentales de matemática y náutica que permitieron al mundo medieval lanzarse a recorrer los mares, para descubrir nuevas tierras presentidas en la dorada ambición del Renacimiento.

Los judíos durante toda la Edad Media vivieron en España sin estorbos ni cortapisas. Dice la crónica de Bernaldez: «Estaban heredados en las mejores ciudades, villas y lugares, e en las mejores tierras, y por la mayor parte moraban en las tierras de los señores. E todos eran mercaderes, e arrendadores de alcabalas, e sastres, e fundidores, e zapateros, zurradores, tejedores, especieros, buhoneros, sederos, plateros, e de otros semejantes oficios».

La libertad religiosa era tan amplia como la comercial. Todavía se conservan en pie, como magníficos testimonios de esta tolerancia, las sinagogas de Toledo, Córdoba y Valencia, que por su riqueza arquitectónica, por su belleza artística, y por su valor histórico, se mantienen como reliquias meritísimas bajo la protección de las instituciones culturales españolas. Igualmente floreció en España la literatura judía, alcanzando mayor perfección y afinamiento que en ningún otro pueblo del mundo, gracias a la tranquilidad de que disfrutaban los judíos para dedicarse a sus especulaciones intelectuales. 

¿Será necesario recordar los nombres de Abraham Ben David, que huyendo de la persecución árabe vino a refugiarse en la corte cristiana de Toledo en 1140, escribiendo en Toledo sus mejores obras, entre ellas el «Libro de la Tradición» que es la más completa historia de los judíos españoles? Y Salomón Ben Jeudahá Ben Gabirol, llamado Avicebrón, restaurador de la poesía hebraica, y el inmortal Moisés Ben Maimon, Maimónides, el teólogo judío a quien se ha llamado el Santo Tomás del judaismo, cuya «Michné Torah» incluyó decisivamente en la filosofía europea, difundida por los escritores y pensadores españoles. Y en fin Judá Halevi, también toledano, cuya vida es un poema cincelado en estrofas de dolor y de amor, de vocación y de destino.


Judá Halevi es un poeta, aunque vende paños, en una callejuela de la ciudad. Se ha enriquecido en el comercio y tiene su mujer y sus hijos. Un día, cuando ya en sus sienes empieza a blanquear la fatiga del medio siglo, Judá tiene un sueño, y en el sueño siente la llamada apremiante de Sión. Ya nada cuenta para él en la vida, ni el comercio, ni la familia, ni siquiera sus manuscritos de poesía; nada cuenta sino el ansia, el deseo, la fiebre, de no morir sin conocer Jerusalem. Se estremece la burguesa Toledo de los gremios y los mercados con la marcha de Judá Haleví, que como una loca, —para unos—, como un iluminado —para otros—, ha liquidado su negocio, ha abandonado sus hijos y su mujer, y ha partido, hacia la tierra de promisión, donde se están riñendo en aquellos momentos, —bajeles, lanzas, cascos y armaduras—, las más feroces batallas de las Cruzadas entre la Media Luna y los caballeros de la Cristiandad. Judá Haleví, se desliza días y noches por entre los campamentos de cristianos y sarracenos, buscando un momento propicio para entrar en la ciudad soñada. Desde las altas murallas se disparan flechas con penachos de fuego para incendiar las torres de madera de los sitiadores. Se convierten en palenque de torneos y de justas los llanos del mercado de extramuros, y las orillas del río frente a la ciudad.

Una tarde, mientras se está haciendo escaramuza por uno de los costados de la muralla, Judá Haleví divisa un postigo abierto y va a entrar por allí. El sol poniente tiñe de luces de sangre el hueco del postigo. Judá se acerca con el corazón jubiloso porque va a entrar en la tierra de los antepasados de su raza. Judá se acerca sin poder refrenar el impaciente latir de su corazón que le encamina con un rumbo fatal hacia su destino. Y al entrar por el postigo bañado en luz sangrienta de la tarde, un caballero árabe le lanza desde lejos un venablo que le atraviesa el corazón.

Con Judá pierde la literatura judeoespañola el más inspirado poeta de la Edad Media. Solo él supo unir a las palabras de amor, la angustia trascendental del trasmundo. Solo él fue capaz de escribir apasionadamente:

"Oh amada! A través de tu carne palparé 
tus huesos  
para reconocerte en et día de 
la Resurrección". 

Alquitibio, Maimónides, Avicebrón Ben David, Halevi… Hitos fundamentales en el decurso de la cultura hispánica. Y no solo en las ciencias y en las letras tuvieron los judíos ancho campo y libre desenvolvimiento durante el medievo español. Incluso en las más altas esferas de la política los encontramos. Samuel Leví ocupa durante el reinado del monarca don Juan el cargo de Contador real, o sea Io que hoy llamaríamos ministro de hacienda. Otros judíos alcanzaron semejantes puestos, y no falta quien asegure que privados reales como Don Beltrán de la Cueva, eran, si no judíos, por Io menos descendientes de judíos. No existe durante toda la Edad Media española un solo episodio de persecución contra los judíos. El máximo héroe de la Castilla medieval, el Cid Rodrigo, cuando sale a campaña acude a Raquel y Vidal para pedirles dinero prestado, dejándoles en prenda uno de sus cofres; es muy significativo el hecho de que Raquel y Vidal no son pintados en el Poema del Cid con antipatía ni ojeriza, Io que demuestra que el pueblo castellano en la época en que fue escrito el poema no era en absoluto hostil a los judíos. Raquel y Vidal dan a Mio Cid seiscientos marcos que él les pide prestados, sin regatear, ni siquiera informarse sobre el contenido del cofre o cofres que él les deja en prenda. Y aún lo que es más importante. Cuando se ha terminado la operación del préstamo sobre los cofres, Martín Antolínez, como intermediario pide un obsequio a los dos judíos. Y estos sin poner ninguna objeción, le dan treinta marcos, es decir un cinco por ciento sobre el total del negocio realizado. ¿Cómo es posible que de esta situación de paz y concordia se viniese a la expulsión del territorio español, decretada para los judíos por mandato de los Reyes Católicos? Hasta ahora han sido muchos y muy diversos los pareceres respecto a esta cuestión, pero Io cierto es que aún no se ha historiado detenidamente y con documentos fidedignos este episodio de importancia vital para la historia de España. En los años de 1940 al 42, y posteriormente, desde el 45 al 48, tuve ocasión de visitar repetidamente los archivos municipales de la ciudad de Ávila, donde encontré material abundante que el día que se publique, cambiará seguramente todos los puntos de vista que hasta hoy sustenta la crítica histórica.