El caso del famoso bandolero Diego Corrientes es un ejemplo de hasta donde pueden llegar la soberbia herida, y el odio vengativo, cuando en una persona se unen esos dos factores con una situación privilegiada de omnímoda autoridad. Tanta autoridad tenia don Francisco Bruna que en Sevilla se le conocía con el mote de El Señor del Gran Poder, pues tanto poder pudo acaparar durante su estancia en la Real Audiencia de Sevilla. Y el principal objeto de su odio fue sin duda el bandido Diego Corrientes. 

Diego Corrientes Mateos nació en la ciudad de Utrera, del reyno de Sevilla (pues aún no estaban arregladas las provincias) el día 20 de Agosto del año 1757. Según la partida de bautismo en la parroquia de Santiago, fue bautizado el di 28 del mismo mes por el Cura Propio de dicha iglesia Presbítero don Sebastián de Montilla, en cuyo libro de registro consta que es hijo legitimo de Diego y de Isabel. El padre era pegujalero, o sea labrador, pequeño propietario. Diego desde niño tuvo gran afición a los caballos, que aprendió a domar, y esta afición, el afán de aventuras, el amor al riesgo y también el deseo de ganar dinero que jamás podría soñar trabajando la tierra como su padre, le decidió a meterse a cuatrero, es decir robar caballos y venderlos. Su inteligencia natural le llevó a estudiar detenidamente los lugares donde podía cometer los robos de caballerías, pero también las vías de acceso a los cortijos y haciendas donde pacían o se guardaban, las posibles vías de fuga en caso de peligro y las vías de salida con los caballos robados, los cuales llevaría a vender_ los en Portugal. Igualmente estudió la cobertura que podía obtener, refugios y escondites, personas a quienes igualmente debía pagar para que le tuvieran informado de los movimientos de la fuerza pública, Escopeteros Voluntarios, milicia mandada por jefes y oficiales del Ejército. 

Las compañías de estos Escopeteros se crearon en 1776, o sea cuando Diego Corrientes contaba diecinueve años, edad ya para burlarles y enfrentarse a ellos si fuera necesario. En esas mismas fechas Diego decide ya echarse al campo e iniciar sus «negocios» de cuatrero. No tenían nada que envidiar a la tropa sus planes de logística, pues llegó incluso a poner los primeros caballos que robó, en determinados lugares para que, cuidados por algún campesino pagado por él, los tuviera siempre a punto, bien alimentados, y ensillados, por si tenía que llegar de improviso a dejar un caballo cansado, y utilizar el de refresco, ganando así ventaja a sus perseguidores.

A la dificultad de capturarle por su ligereza y su habilidad, unía la protección de los campesinos pobres, a los que en muchas ocasiones ayudaba con dinero, cuando sabía que estaban a punto de perder sus pobres parcelas, embargadas por los usureros si un año por falta de lluvias perdían la cosecha y tenían que pagar la renta de la tierra, las semillas y los impuestos. Así la fama de Diego Corrientes alcanzó a lo más que puede aspirar un andaluz: a que su nombre corra de boca en boca, en letras de romances, y en coplas de flamenco: 

«Así era Diego Corrientes

el rey de la Andalucía

que a los ricos le robaba

y a los pobres socorría.» 

(Letra conservada por Joaquín curiel, de coria del Río.)

Cuatro años duró la cortísima vida pública de Diego Corrientes, pues se echó al cuatreo en 1776 por Octubre, su prisión fue a principios de Marzo de 1781. Solo cuatro años, ipero cuanta aventura en tan poco tiempo! 

La fama de valiente, y de generoso hicieron que se despertase una extensa oleada de admiración hacia su persona, admiración que se traducía en muchos casos en encubrirle, ampararle, y facilitarle refugio o huida, no solo los jornaleros, ni los pequeños agricultores, víctimas de caciques y usureros, sino incluso muchos curas párrocos de pueblos pequeños que presenciaban impotentes numerosas injusticias.

La popularidad de Diego Corrientes había de herir en su orgullo a don Francisco Bruna, El Señor del Gran Poder como le llamaban en Sevilla, quien acaparaba en sus manos todos los resortes de la autoridad, desde el cargo de la Real Audiencia, hasta los de Rector del Claustro de la Universidad, Juez Conservador de la Capilla Real y Alcaide de los Reales Alcázares, donde había dado local a la Escuela de las Nobles Artes, de la cual era oficialmente protector, y extraoficialmente auténtico director. Así tenia en sus manos la autoridad de la Justicia, la de las Artes, la de la vida universitaria y cultura„ y el rango social de vivir en el Alcázar, con más representación que el propio Asistente de Sevilla. (antes tenia su vivienda en la actual calle O ‘Donnell). 

La creciente actuación de Diego Corrientes como cuatrero, exportador a Portugal de los mejores caballos de Andalucía, le proporcionaba también cierta tolerancia de las autoridades portuguesas y una notable simpatía en las localidades fronterizas, e incluso en la importante ciudad de Olivenza, en aquella época perteneciente al reyno portugués. 

El empeño de don Francisco Bruna de acabar con la insolente popularidad de Diego Corrientes y el fracaso de los Escopeteros cuya comandancia en Sevilla con una dotación de más de un centenar de agentes, no conseguían localizar al bandido, acabaron por crear en don Francisco Bruna una auténtica obsesión, la cual se acrecentó cuando un día en la carretera Oe Sevilla a Utrera yendo don Francisco Bruna en un coche de caballos, al paso por el lugar de Las Alcantarilla, salió Diego Corrientes al camino y detuvo el coche, trabuco en mano, tan por sorpresa que no pudieron ni el cochero ni los dos guardias que acompaña van al Oidor hacer uso de sus armas sino arrojarlas al campo. 

Diego Corrientes acercándose a la ventanilla saludó con fingida cortesía a Don Francisco Bruna, y le dijo: 

—Mi señor don Francisco, cuánto me alegro de encontrarle porque como buen amigo va usted a hacerme un favor; porque se me ha desatado esta bota, y nadie mejor que usted para ayudarme a atar los cordones. 

Y sacando el pie del estribo lo apoyó en el borde de la ventanilla del carruaje, sin dejar de apuntar con el trabuco, y don Francisco Bruna no tuvo más remedio que atarle los cordones de la bota con el rostro enrojecido por la rabia. 

El bandido le dio las gracias y se despidió con igual cortesía sarcástica, y metiendo espuelas desapareció campo a través sin que los dos guardias pudieran seguirle. Así que no pudiendo ya soportar más el resentimiento que amenazaba con agotar su vida, don Francisco Bruna «El Señor del Gran Poder», utilizó su poder para hacer que puesto que los Escopeteros Reales, ni los alguaciles ni la tropa, movilizados contra un solo hombre no conseguir capturarle, se le juzgase en rebeldía, no por ningún delito concreto, sino por un conjunto deshilvanado de delitos, y hasta faltas, y se le condenase a muerte, como así se hizo, con cualidades de arrastrado ahorcado y descuartizado. 

Con esta sentencia suscrita por los magistrados, don Francisco Bruna podía ya librarse de la auténtica obsesión que le tenía atormentado durante cuatro años, de que un simple cuatrero y ocasional bandido, de poco más de veinte años de edad, estuviera burland0 su Autoridad de Oidor Decano Regente de la Real Audiencia’ Y que ahora, tras el desacato inferido —más que a su Autoridad, a su persona—, exigía más que un castigo, una venganza. 

Una vez consiguió que la Real Audiencia, con el Fiscal de Su Majestad, y los Estrados de la Sala del Crimen, dictaran la apetecida sentencia, Don Francisco Bruna emitió el siguiente. edicto:

EDICTO 

«Hallándose pendientes en la Sala de Señor Gobernador, y Alcaldes de S.M. del Crimen de la Real Audiencia de esta Ciudad, las Causas fulminadas contra Diego Corrientes el menor, vecino de la villa de Utrera, por Salteamiento de Caminos, asociado con otros, con uso de armas de fuego, y blancas; insultos a las Haciendas y Cortijos, y otros graves excesos, por los cuales se ha constituido en la clase de Ladrón Famoso, y por los que con Audiencia del Fiscal de S.M. y los Estrados de la Sala, se han substanciado las Causas en ausencia y rebeldía, llegando a tanto la insolencia y el atrevimiento del nominado Reo, que aún en el mismo estado de estarse continuado el procedimiento y llamado por edictos que se fixaron en los sitios públicos tuvo la osadía de arrojarse a insultar, como de facto insultó una Hacienda; por lo que dichos Señores deseando con el mayor esmero la quietud y sosiego de la República, atemorizada con tan continuos escándalos y que se goce de la tranquilidad que es debida para que no se continúen tan notables perjuicios y puedan los trajinantes viajar con total libertad y tocante a lo que exige su pronto remedio, substanciadas las dichas Causas y conclusas, se ha dado y pronunciado por los mismos Señores sentencia contra el nominado Reo, declarándose por rebelde, contumaz y bandido público, concediéndose facultad a cualquiera persona de cualquier estada y condición que sea, pueda libremente ofenderlo, matarlo y prenderlo sin incurrir en pena alguna, trayéndolo vivo o muerto ante los dichos Señores, y en caso de prendérsele vivo le condenan y condenaron al referido a que sea arrastrado, ahorcado y hecho quartos y puestos en los caminos públicos, y en la confiscación de todos sus bienes, aplicados a la Real Cámara, y para con más facilidad y brevedad se logre el castigo del mencionado Reo, se concede el indulto a cualquier Reo que lo prendiere o matare, de sus delitos y penas, como no sean de el crimen de Herejía o lesa Majestad, o moneda falsa; y en caso que no tuviese ningún delito el que lo entregare vivo o muerto, podrá ceder y aplicar el beneficio de dicho indulto a dos personas, bien presos o ausentes, como no fuese de los tres delitos exceptuados; cuya facultad de prenderlo o matarlo se entiende en cualquier sitio o lugar de estos Reynos, ofreciéndose por premio, además de lo que queda referido al que entregare muerto al Diego Corrientes un mil y quinientos reales de vellón; y al que vivo, la doble cantidad. Mandase publicar y fixar en los sitios públicos del distrito de esta Jurisdicción, para que a todos conste. Sevilla, veintidós de diciembre de mil setecientos ochenta. 

Un examen aunque sea superficial de esta sentencia, nos mUestra claramente, que en ella se alude a «salteamiento de caminos, asociación con otros, uso de armas blancas y de fuego, y otros graves excesos, insultos a las Haciendas y cortijos»; pero no se hace mención a homicidios ni asesinatos, porque Diego Corrientes no había cometido ningún delito de sangre. Sin embargo se le condena a muerte. 

Pero lo que es aún más llamativo: en el Edicto se dice que quien le presente vivo o muerto, si es un delincuente será indultado, y si no lo es tendrá derecho a indultar a dos delincuentes de cualquier índole, con solas tres excepciones, los delincuentes de herejía, Lesa Majestad, o moneda falsa. Quiere decirse que cualquier delincuente, por asesino que sea, si no ha cometido estos delitos, será indultado, con cualquier clase de crímenes que hay cometido. 

O sea, que para asegurar la muerte de uno que no ha cometido delito de sangre, se ofrece indultar a dos aunque sean los peores asesinos. Este ofrecimiento tiene todo el carácter de una prevaricación o fraude de ley. 

Esperaba don Francisco Bruna que cualquiera de los bandidos compañeros de la banda de Diego Corrientes le traicionase para obtener indulto de sus fechorías.  Sin embargo esto no ocurrió. Ninguno de los suyos, ni de las gentes del campo andaluz le asesinaron para cobrar el precio ofrecido, ni delataron por donde andaba escondido. 

El día que llegaron los edictos a los pueblos se leyó su contenido a voz de pregonero por las calles y plazas de toda Andalucía, pero nadie presentó ni siquiera una denuncia.  Y cuando el papel del Edicto fue pegado por las paredes en el pueblo de Mairena, Diego Corrientes se arrojó a presentarse en la plaza del ayuntamiento y arrancó con sus manos el cartel, y dejó en su lugar un papel con buena letra y con frases jocosas ridiculizando a su Señoría y en que se burlaba del Oidor y Regente, y de la Sala del Crimen. Don Francisco Bruna, sabiendo que Corrientes pasaba a Portugal a vender los caballos cuarteados ordenó a los Escopeteros que se introdujeran en Portugal y capturasen al bandido.

La Compañía de Escopeteros de la Comandancia de Sevilla se dirigió a Badajoz y pasando la frontera penetró en Portugal y en la Sierra de Estrella, un serrano les indicó que el hombre que buscaban estaba en un mesón, donde le sorprendieron durmiendo. Detenido le condujeron al pueblo de Covilha, donde le entregaron en la comisaría para que permaneciera allí encerrado mientras ellos regresaban a Badajoz para recibir órdenes sobre la forma en que debían hacer su traslado. Pero cuando, recibidas las instrucciones y órdenes volvieron a Covilha a por el preso se encontraron con que los «guardiñas» portugueses le habían soltado. 

Al saber este nuevo descalabro don Francisco Bruna pidió al rey que se exigiera al gobierno portugués la captura y entrega de Diego Corrientes. La situación política de entonces, con Portugal necesitado de pactos con España, ante la guerra de Inglaterra y Francia, hizo que el gobierno portugués atendiera la petición española, porque todavía España era una gran potencia, dueña de casi todo el Continente americano, y con la más poderosa marina de guerra del mundo. Así que Diego Corrientes fue capturado en Olivenza por una relación de una mujer celosa. Dicen que el capitán de la guarnición portuguesa de Olivenza rodeó con cien soldados de infantería la casa y el huerto donde se había refugiado Corrientes, y le gritó: 

—iCorrientes! Yo siento venir a prender a un hombre de tus agallas, pero no tengo más remedio. No tires y entrégate. Hay cien fusiles apuntándote, y yo no quiero matarte. Yo cumplo órdenes, compréndelo. 

Diego Corrientes se entregó y fue conducido a Sevilla donde llegó el día 24 de Marzo de 1781. Cuatro días permaneció en la Cárcel Real, en la calle Sierpes, edificio donde ahora está la Caja de Ahorros San Fernando (N.E. Actualmente, La Caixa). En esos cuatro días se revisaron todas las distintas causas pendientes, de los robos y cuatreros que había realizado en los cuatro años desde que se echó al monte. 

A pesar de que se le había comunicado ya la sentencia de muerte no perdió su entereza. Le pusieron según costumbre dos Hermanos de la Santa Caridad y un sacerdote para que le preparasen espiritualmente, a los que él atendió con respeto, pero en los cinco días que permaneció en la prisión no aceptó comer sólo en su celda, porque él «tenía que compartir la comida con alguien» y el alcaide de la Cárcel tuvo que admitir esta exigencia, y así cada vez que era la hora de comer, habían de venir a la celda dos o tres soldados de la guardia a comer con él, y a beber a discreción, la comida y vino que la familia de Diego Corrientes llevaba cada día a la Cárcel. 

En la colección de los papeles del cronista Don Manuel de la Cruz Ramírez de Mora y Valle, encontramos la referencia de la ejecución: 

«El día 30 de Marzo de 1781 ahorcaron en la Plaza de San Francisco a Diego Corrientes, natural de Utrera, por salteador de caminos (sin haber ninguna muerte) y resistencia a las Justicias. Fue traído preso del Reyno de Portugal el domingo 24 del mismo mes de Marzo. Fue descuartizado y puestos los quartos en los caminos públicos. Su cabeza se puso en la Puerta de Osario, de donde a los pocos días fue llevada a enterrar en la bóveda de la Iglesia Parroquial de San Roque, extramuros de dicha Puerta.»

Por los años de 1974 como Académico Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y por tanto miembro nato de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Sevilla, fui designado por dicha Comisión para vigilar las obras que se realizaban en la Iglesia de San Roque, de Sevilla. Dicha iglesia había sido incendiada por los revolucionarios en julio de 1936, pero, por falta de dineros al restaurar el templo no se sacaron los escombros, sino que se echaron en las bóvedas de antiguos enterramientos que había en el subsuelo de la nave central del templo. 

Al efectuarse nuevas mejoras se dispuso sacar los escombros y vaciar las bóvedas para aprovechar su espacio construyendo unas salar a manera de sótano, destinadas a diversos menesteres parroquiales

Durante la extracción de los escombros aparecieron numerosas lápidas de enterramientos de los siglos XVII y XVIII, y sorprendentemente una calavera que tenía un gancho de hierro como para haberla colgado en algún sitio. 

Teniendo en cuenta que según el manuscrito del cronista Don Manuel de la Cruz Ramírez de Mora, que hemos mencionado «los quartos (del descuartizado Diego Corrientes) se llevaron a los caminos públicos (de los pueblos donde cometió sus delitos, según costumbre), y la cabeza se puso en la Puerta de Osario», y sabiendo que también según costumbre, en esos casos el cura de la Ayuda Parroquial, de San Roque, escogería esos despojos para enterrarlos piadosamente en su templo, interpretamos que una cabeza, única, con un garfio o gancho par colgarla, debía ser la de Diego Corrientes y así lo publiqué en un libro de aquellos años. 

La calavera se puso de momento en el poyo de la ventana de la oficina parroquial, pero desgraciadamente se veía desde la calle y unos niños se subieron la ventana, cogieron la calavera y jugaron con ella a la pelota, en la calle, hasta que se rompió en cachitos. Y así terminó el último vestigio físico del «ladrón famoso» como decía la sentencia.

Desaparecieron sus huesos, pero quedó de él la fama, la historia, y, lo que es mejor, la leyenda.

(c) Jose María de Mena, 2006

(c) David de Mena, 2022