Todo el mundo sabe que el día, 30 de septiembre de 1956 al rebajar el terreno para instalar una máquina de soltar palomos para el tiro de pichón, en el Club de Tiro Pichón de El Carambolo, en el cerro de El Carambolo, a mitad de camino entre Sevilla y Castilleja de la Cuesta, pero en el término municipal de Camas, fue encontrado el célebre Tesoro de El Carambolo, una colección de 21 piezas de oro de 24 quilates, con un peso total de 2.950 gramos.
El conjunto lo forman un collar, compuesto de un cordón de hilos de oro trenzados, una oliva y siete campanillas o cascabeles; dos brazaletes grandes, dos placas pectorales, y diecisiete placas rectangulares como para formar un cinturón, todo ello riquísimo y labrado en relieve.
Lo que ya no todo el mundo sabe es que junto con este Tesoro del Carambolo apareció la Venus del Carambolo, hallazgo que fue ignorado por la prensa, y que constituye un suceso curioso, en el que tuvimos personalmente intervención:
La víspera o sea el día 29, uno de los obreros que realizaban el trabajo, tropezó al abrir la zanja con una pieza de metal que se enganchó en el azadón. La extrajo, y viendo que era de bronce la guardó en el canastillo del almuerzo, con objeto de venderla en alguna chatarrería.
La figura era una muñeca, sentada, y que en esa actitud medía unos veinticinco centímetros, o sea que si estuviera de pie, tendría algo más de cincuenta centímetros.
La muñeca al limpiarle el barro de que estaba cubierta, pareció desnuda, con una mano extendida como pidiendo algo, pero le faltaba un brazo, no roto, sino suelto de una bisagra que tenía en el hombro, o sea que había tenido un brazo articulado con movimiento.
El hombre dejó en su casa la muñeca, que le pareció ser un llamador de una puerta, o el remate de la barandilla de una escalera, y por el que podrían darle, según su peso, unas treinta o treinta y cinco pesetas. Pensaba hacer la venta el sábado siguiente por la tarde cuando saliera del trabajo.
Pero al día siguiente ocurrió lo inesperado. Apareció en una tinaja el Tesoro del Carambolo, y el pobre obrero se asustó pensando que si alguien sabía que se había !levado a su casa la víspera un muñeco de bronce, creerían que había encontrado otro tesoro, y nadie querría creer que se trataba solamente de aquel muñeco, y no de otras piezas de oro como las encontradas en la tinaja.
Muerto de miedo se fue a visitar a un señor a quien conocía, escritor de temas taurinos, llamado don José Hidalgo Medina, a quién pidió consejo sobre lo que debía hacer, y el señor Hidalgo Medina opinó que debía traerme la figura a mí, para que yo me ocupase de que llegase a Bellas Artes, sin que el obrero sufriera ninguna molestia.
En efecto, me llevaron la figura, que al primer golpe de vista me pareció ser la diosa Isis, egipcia; me puse al habla con mi buen amigo, don Joaquín Romero Murube, que ocupaba el cargo de Comisario de Bellas Artes, y le encargué que legalizara la situación de la estatuilla.
Aunque parezca extraño, se tardó cerca de un año en conseguir que la Dirección General de Bellas Artes aceptase hacerse cargo del hallazgo, y la estatua de la diosa estuvo en mi casa hasta fina les del verano de 1957 en que Romero Murube me dijo que ya po• día depositarse en et Museo Provincial de Arqueología, en donde lo entregué.
Todavía faltaba gratificar al obrero que lo había encontrado, Y que no quería decir su nombre por miedo a ser acusado de hurto. Tardamos cerca de dos años en convencerle, y por fin, en 1959 ó 60 la directora del Museo Arqueológico, doña Concepción Fernández
Comentarios por Jose María de Mena