Mujer extraordinaria, una de las más claras e ilustres damas que ha tenido sevilla, fue doña Guiomar Manuel, hija del riquísimo hidalgo romano Manuel Saunines, y de su esposa Juana González. No sabemos como llegó Manuel Saunines a tan cuantiosa fortuna, aunque probablemente sería mercader o banquero, de los que en aquel entonces venían de Italia a establecerse en España. Ello es que sus riquezas debieron ser incalculables, y que a su muerte, las heredó su hija única doña Guiomar.
Mujer de gran piedad y caridad, pero también de un excepcional sentido ciudadano, no disfrutó para sí la herencia de su padre, sino que se gozó en distribuirla en obras benéficas. Pero siempre con una doble orientación religiosa y cívica.


Entre las realizaciones urbanas que se deben a doña Guiomar Manuel, debe figurar en primer término, la pavimentación de muchas calles de la ciudad, para lo que puso a disposición del municipio, una gran cantidad de dinero. El tipo de pavimentación elegido a este fin fue el de ladrillos, puestos de canto al estilo árabe, tal como vemos actualmente los suelos del Patio de los Naranjos. Muchas fueron las calles urbanizadas de este modo, a cuenta de los bienes de doña Guiomar y todavía queda en Sevilla una calle que tiene el nombre de Enladrillada, en memoria de aquella pavimentación costeada por la generosa dama, hacia el año 1418.


Otra obra, admirable en su grandeza, en su costo, y en su intención social y su interés público, fue la reedificación total de la Cárcel Real, situada al principio de la calle Sierpes, próxima a San Francisco, y a la Audiencia. En 1418 la Cárcel Real carecía de agua, lo que significaba falta absoluta de higiene para la limpieza del local y para el aseo de los presos. Pasaban estos años enteros de prisión sin más agua que la jarra para beber que se les llevaba al calabozo. Las celdas y galefias carecían por completo de ventilación, por lo que se desarrollaban entre los presos toda clase de enfermedades y epidemias. Finalmente se había hundido la pilla y estaba hundiéndose el resto del edificio.


Doña Guiomar, llevada por su espíritu compasivo, costeó las obras de reconstrucción total del edificio, con mejores condiciones que las que tenía, y labró cañerías y fuentes para dotarla de agua corriente. El día 25 de septiembre se inauguró la nueva cárcel según documento que existe en el archivo Metropolitano.


Todavía hizo cuantiosas limosnas al templo catedralicio para las obras de construcción de la actual catedral; ayudó con largueza a muchos conventos pobres; hizo limosnas sin cuento a personas necesitadas, y finalmente al morir en 1426 legó al ayuntamiento unas salinas que tenía en Cádiz.


Fue sin duda doña Guiomar, una de las mujeres más ricas que haya habido en Sevilla, pero también la más generosa, puesto que lo dio todo, absolutamente todo, al bien común. Solamente puede compararse con ella, otra mujer caritativa y munificente, doña Catalina de Ribera.


Sin embargo, queda en ventaja de doña Guiomar, el haberse adelantado en varios siglos al concepto humanitario y social de la mejora de las cárceles, preocupación que no encontraremos en España hasta el siglo XIX con doña Concepción Arenal, pero que ya doña Guiomar tuvo en Sevilla, en los primeros años del siglo XV.
Como asimismo destaca por su grandeza, el gesto, aún no imitado, de que una persona particular, destine su fortuna a pavimentar las calles, ayudando al erario municipal a afrontar tan oneroso servicio. Ejemplo, que ni aún hoy ha sido imitado.


Doña Guiomar está enterrada, con sus padres, en la catedral, frente a la capilla Real. Su lápida, de bronce, puede verse en la parte inferior de una columna, a media vara del suelo.