A finales del siglo XVI se plantea una gran rivalidad entre las Universidades de Sevilla, las cuales tenían numerosos alumnos, tanto religiosos como seglares, y el Cabildo de la Catedral.
Sevilla era el centro cultural del Nuevo Mundo y de aquí salían los universitarios para ocupar puestos directivos en la política, la administración, las ciencias y las letras en todo el continente americano. El prestigio de estas dos universidades era grandísimo, y las Universidades se consideraban como autoridad tanto en lo cultural como en lo civil y hasta en lo religioso, llegando a veces a considerarse superiores al propio Cabildo de la Catedral, como lo demuestra este suceso que relata Matute.
Yendo dos profesores de la Universidad de Santa María de Jesús a su universidad por la calle de la Borceguinería (hoy Mateos Gago), encontraron al arcediano de Jerez, canónigo don Juan de Tévez, que iba a la Catedral. Como la calle era estrecha, cada cual quiso conservar la acera para evitar el lodo de la calzada, pero los universitarios se hicieron reacios, y no permitieron el paso del canónigo arcediano. Este, viendo su obstinación, se empeñó en el lance y mandó a sus criados que le buscasen una silla, la cual fue traída, y el arcediano se sentó en ella, a cuya ocasión se fue juntando gente y otros canónigos que vinieron de la Catedral, los que intentaban persuadir a los universitarios para que cedieran el paso, por consideración a la dignidad del arcediano, y viendo que no lo conseguían, hicieron venir a unos peones que cogieron en volandas a los universitarios y los quitaron de la acera para que el arcediano pasara. Sabido esto, en la universidad, considerándose ofendida envió unos fámulos suyos armados con carabinas, a esperar que el arcediano regresase de la Catedral.
Este salió en el coche del arcediano de Sevilla que había ido por él para acompañarle, y los fámulos detuvieron en el lugar más angosto de la calle Borceguinería el coche, acudiendo mucha gente y formándose tal bulla que los fámulos, sin atreverse a usar sus armas, tuvieron que huir, refugiándose en la universidad, y el Asistente cercó ésta con tropas durante tres días hasta que consiguió detenerlos y juzgarlos. Los dos profesores fueron condenados a destierro, el uno a Granada y el otro a Ávila, y los fámulos a Ceuta, por cuatro años,
El Claustro de la Universidad, como protesta, decidió que en adelante los profesores solamente salieran a la calle con coches, lo que cumplieron por algún tiempo hasta que se olvidó el suceso.
(c) Jose María de Mena
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