En estos años en que hoy vivimos, (segunda mitad del siglo XX) existe una cierta corriente de pensamiento político, que reclama el trabajo como un derecho de la mujer pero basándose en la afirmación de que las mujeres, en tiempos anteriores, nunca han tenido el derecho a trabajar, y que solamente se les permitía realizar una vida doméstica, de guisar, fregar y parir hijos.

Esta afirmación es totalmente falsa por lo que se refiere a Sevilla, puesto que en Sevilla siempre las mujeres trabajaron en diversos empleos, desde la época romana en que Justa y Rufina tenían su propio taller artesano de alfarería (no como esclavas o siervas sino como empresarias modestas de su propio negocio); pero también mujeres escritoras como las que se reunían en la corte del rey árabe Almotamid presididas por Itimad la Romaiquia, antigua esclava, convertida en reina y famosa por su talento poético.

Trabajaron las mujeres sevillanas, ora como bordadoras, creando en las épocas del Renacimiento y del Barroco los más bellos bordados que jamás se hayan hecho en Europa, y esto no a las órdenes de empresarios machistas, sino con talleres propios de maestras bordadoras, que nos han legado sus nombres gloriosos. Trabajaron mujeres en diversas artesanías, trabajaron en el teatro, en la música (como puede verse en los libros de cuentas del ayuntamiento en que figuran los pagos a las Compañías de Comedias que representaban en los siglos XVI y XVII los Autos religiosos en las fiestas del Corpus). Y desde el comienzo de la industrialización del tabaco, primero en la Plaza de San Pedro y en el siglo XVIII en la Real Fábrica de Tabacos de la calle San Fernando, fueron mujeres las operarias, del mismo modo que había mujeres trabajadoras en la elaboración de redes, en el tejido del Arte de la Seda, en los talleres de costura y hasta organizadoras y directoras de hospitales, como en el caso del Hospital del Pozo Santo.

Una de las mujeres más ilustres que tuvo Sevilla en las Bellas Artes y que realzó infinidad de obras que han quedado para deleite y asombro de la posteridad, fué Luisa Roldana de Mena, llamada «La Roldana»

Nació La Roldana en el año 1656 en la casa que habitaba su padre el escultor Pedro Roldán. La esposa de este procedía de la familia de los Mena que ha dado a Andalucía figuras impietantes en las letras, como Juan de Mena, la escultor Pedro de Mena, en la música como Diego de Mena y en la religión como el arzobispo don Gonzalo de Mena.

Se crió Luisa en el taller más que en la casa, viendo trabajar a su padre y desde muy niña aprendió las reglas del arte y demostrando un talento natural para la obras.

Hay muchas muestras de la colaboración entre padre e hija, y así citaremos que en el paso procesional de la Hermandad de la sagrada Mortaja, la imagen de la Virgen de la Piedad la hizo Pedro Roldan, mientras que Luisa labro los cuatro Angele que hay en las esquinas.

Casó Luisa con un compañero de taller, o sea con un discípulo de su padre, llamado Pedro Antonio de Arcos, escultor que hubiera quizás brillado como figura en otro siglo, pero que quedó oscurecido por la poderosa personalidad del suegro y maestro Pedro Roldán y por la de su esposa Luisa Roldán de Mena. En alguna ocasión trabajaron todos juntos, y así el paso del Cristo de la Exaltación de la iglesia de Santa Catalina es una muestra de este espíritu familiar de colaboración: el Cristo lo hizo Roldán, los Angeles los labró Luisa y los Sayones los hizo el marido de ésta.

Ello por lo que respecta al «paso» del Cristo, porque del «paso» de palio, la Virgen de las Lágrimas es obra personal de Luisa.

La Roldana no vivió mucho. Murió a los cuarenta y siete años de edad en 1704. Para cuando muchos artistas empiezan a alcanzar notoriedad o fama, ella había alcanzado ya la cúspide de la gloria.

Y esto en un siglo en el que refulgían gloriosos escultores como Jerónimo Hernández, Juan de Mesa, Martínez Montañés, Parrilla, Duque Cornejo y otros de semejante categoria.

Una breve relación de las obras que conocemos de La Roldana bastará para que nos hagamos una idea de su capacidad de trabajo, a la vez que su excelsa calidad artística: para la parroquia de San Miguel (hoy desaparecida) hizo la imagen del arcángel titular en tamaño grande que presidió durante doscientos años el altar mayor.

Para la Catedral, hizo el Crucificado de tamaño mayor que el natural, que preside el retablo de la capilla de La Concepción Grande, retablo hecho por Francisco de Rivas con estatuas de Alonso Martínez, discípulo del Montañes.

En el convento de San Agustín, hoy secularizado, en el altar que había al pie del cuadro del Juicio Final de Martín Vos, un Niño Jesús de La Roldana, que fué robado por los franceses en 1808 y que hoy está en París.

Para la parroquia de San Bernardo hizo un Tabernáculo con cuatro figuras en esquinas, representando a Santo Tomás, San Agustín, la Fe y San Miguel.

Aunque la iglesia de San Bernardo fué incendiada durante los sucesos revolucionarios de 1936, perdiéndose su tesoro, hoy en la misma parroquia bay una hermosísima obra de La Roldana; se trata del Cristo de la Salud, titular de la hermandad de este nombre, ya que la Hermandad compró a la Venerable Escuela de Cristo de la calle Ximénez de Enciso, un Cristo de La Roldana de singular mérito.

La Hermandad de Jesús en su Soberano Poder en el Prendimiento, Virgen de Regla y San Andrés (La Hermandad de lospanaderos), en la capilla de la Calle Orfidia, tiene una bellísima imagen procesional de la Virgen de la Regla, obra de La Roldana.

Aunque no está documentado, por tradición popular y familiar sabemos que la imagen de la Virgen de los Angeles, de la Hermandad de los Negritos es también de La Roldana. No podía menos de ser así, ya que la Hermandad fué fundada por otro miembro de la familia, el Arzobispo don Gonzalo de Mena, cien años atrás, pero sintiéndose vinculados a dicha hermandad, todos los del apellido Mena.

Para la Hermandad de la parroquia de San Juan de la Palma hizo La Roldana una de las más hermosas imágenes que existen en Sevilla: la titular, Virgen de la Amargura, donde el arte barroco andaluz alcanza la perfecta unión de la belleza y la espiritualidad.

Todavía queda lo más importante con serlo lo ya dicho: todos los críticos coinciden en atribuir a Luisa Roldán de Mena «La Roldana», la imagen si no más perfecta sí más popular de Sevilla, la Virgen de la Esperanza Macarena. Esta imagen fue encargada a Luisa por un mercader de Indias, y habiéndosela entregado, murió el mercader antes de embarcarse, quedando la imagen en su equipaje, del cual se apoderó el hospital de las Cinco Llagas para cobrarse la hospitalización.

Durante algún tiempo estuvo la imagen en el hospital hasta que, necesitando la Hermandad de la Sentencia una Virgen, adquirió la imagen al Hospital, dándose la curiosa circunstancia de que no fué pagada con dinero sino con un reloj que poseía la Hermandad y que pasó a emplazarse como el reloj de la torre del hospital.

Si bien no se conservan los documentos del mercader, quizás algún día aparezca la escritura notarial de la venta. En todo caso, aún sin documentación, el estilo, la manera de hacer de La Roldana están presentes en la imagen de la Virgen Macarena de tal modo que mientras no se demuestre lo contrario la tenemos y la seguiremos teniendo como obra de La Roldana.

Tenía alrededor de treinta y nueve años La Roldana cuando fué invitada a trasladarse a Madrid con el nombramiento de escultora de Cámara del rey Carlos II.

Marchó La Roldana, no sin pensar, porque ella era andaluza de nacimiento y de condición. Fuerza le fué obedecer, máxime cuando se le ordenaba ir a trabajar para el Real Monasterio del Escorial, culminación de la obra de los mayores España y de Europa. Acudió La Roldana y labró un maravilloso San Miguel, que preside un altar de la iglesia del Real Monasterio. Hizo también esculturas religiosas y profanas, para el Palacio Real y para el Monasterio de las Descalzas Reales y otros templos madrileños de patronato real.

Pero Madrid no le deparó felicidad, ni familiar ni profesional. Hubo de soportar, más que rivalidades artísticas, luchas sordas, envidias, maquinaciones, intrigas que su carácter idealista apenas podía comprender y que su corazón no pudo soportar.

En 1704, cuando solamente contaba 47 años de edad, murió la genial escultora que había dado lo mejor de su obra y lo mejor de su vida a la imaginería sevillana y al patrimonio artístico de las Hermandades de Sevilla.

(c) Jose María de Mena, 1.989

(c) David de Mena, 2025