En Sevilla hubo en tiempos pasados gran credulidad y superstición, en lo que respecta a duendes, fantasmas y apariciones. Los duendes y los fantasmas son cosa muy distinta, según afirma el Padre Feijoo. Los duendes son unos espíritus «que nacen espontáneamente en los rincones obscuros y en los lugares donde hay objetos viejos abandonados». Escribió el padre Feijoo un libro o tratado sobre estas cosas, que se titula «El ente dilucidado». Para el buen fraile, era pecado creer en fantasmas o ánimas en pena, pero en cambio ¿quién iba a dudar de la existencia de los duendes? Según parece Feijoo nabía oído hablar de los fuegos fatuos, que se producen de la descomposición de materia orgánica, y él lo interpretó a su manera, creyendo que se formaban duendes en los sitios obscuros y entre los cachivaches viejos. Si esta era la credulidad de un sabio en e! siglo XVIII puede suponerse cual fuera la de las gentes comunes e iletradas.
Apariciones de fantasmas en los siglos XVI al XIX debió haber muchas en Sevilla, a juzgar por las calles que tuvieron este nombre. Un callejón de Triana, que iba entre huertas y casas, se llamó CALLEJON DEL FANTASMA, desde 1.600 hasta 1.850 en que se le puso calle MARIA NIÑO, y ahora desde 1.972 se llama calle FARMACEUTICO MURILLO HERRERA.
Otras dos calles se llamaron calle del DUENDE; una en una calleja de la calle Jimios, que aún se llama Duende y otra en la calle Mateo Alemán, desaparecida al ensancharse la calle San Pablo, callejuela que quedaba enfrente de la puerta principal de Ula iglesia de la Magdalena. También en Triana hubo calle DUENDE que hoy se llama RUISEÑOR.
Los duendes, según la fantasía popular, eran espíritus traviesos, que arrojaban piedras a la gente desde los tejados o desvanes, derramaban los pucheros en la cocina, para asustar a las viejas, espantaban a los gatos, haciéndoles huir, y tocaban las esquilas y llamadores de las puertas, o abrían las ventanas para que entrase el viento. Eran, pues, espíritus domésticos, no peligrosos pero sí enojosos, a los que había que tener contentos. Generalmente se procuraba congraciarse con ellos para que no molestasen demasiado, haciéndoles algunos obsequios. Era costumbre dejar en la cocina algún cacharro con leche o algún dulce, PARA EL DUENDE.
Los fantasmas eran otra cosa, se les llamaba también ánimas en pena, y se diferenciaban del duende, en que éste era un espíritu de segunda clase, que igual que nacía desaparecía. El fantasma era una persona humana, y por consiguiente un alma inmortal que podía permanecer años y aún siglos en la tierra como tal fantasma, hasta que alguien le ayudase a encontrar reposo.
Los fantasmas se aparecían por varios motivos: para pedir venganza, si habían sido asesinados; para que se les diese sepultura, si habían quedado sin enterrar; para purgar sus culpas, si habían muerto en pecado; estos fantasmas solían acompañarse de ruidos de cadenas, crujir de huesos, alaridos, o lamentos, pero no hablaban con la gente, y se limitaban a hacerse notar, esperando que el espectador, si no se moría de puro miedo, averiguase la causa de la aparición, y mediante sufragios y oraciones les ayudase a recobrar la paz.
En fin los «aparecidos» se diferenciaban notablemente de los fantasmas, ya que no venían en son de reclamar venganza, ni tenían aspecto terrorífico. Eran generalmente personas muy comedidas, que no hacían ruido, y procuraban no asustar demasiado. Iban a lo suyo, contaban su problema, o daban buenos consejos, y volvían a marcharse.
En lo que hoy es la Plaza Nueva, estaba el convento Casa Grande de San Francisco, del cual solamente quedó tras el derribo la capillita de San Onofre, que aún existe junto al edificio de la Telefónica. Pues bien, en esa capilla murió cierto fraile, a mitad de oficiar la misa, y por estar en pecado, necesitaba la terminación del Santo Sacrificio para salvar su alma. Así, que el pobre fraile se quedó a mitad de camino entre el Cielo y el Infierno, esperando que alguien concluyera aquella misa por él. Se aparecía todas las noches en la iglesia del convento, pero si alguien Io veía, se tomaba del miedo y echaba a correr, así que no le remediaban a su cuita. Hasta que una noche, el ánima en pena se encontró con la persona deseada, un fraile con muchas agallas, que al ver el aparecido le preguntó sin asustarse qué se le ofrecía. El ánima en pena expuso la necesidad, y el fraile se ofreció a ayudarle, y en efecto se fue al altar, y continúo la misa por el punto por donde el muerto la había dejado, y al terminar el «aparecido» muy contento le dió las gracias, se marchó ya para siempre.
Otro aparecido de estos fue Maese Pérez el organista del convento de Santa Inés, que se murió cuando estaba tocando la Misa del Gallo, dejando la partitura a la mitad, y al año siguiente volvió para terminarla. De este suceso escribió una leyenda el poeta sevillano, Gustavo Adolfo Becquer.
Había duendes traviesos que no solamente revolvían una casa sino todo un barrio. El historiador Borja Palomo cuenta que a mediados del siglo XIX había un duende en uno de los torreones de las murallas de la Macarena, al que llamaban los vecinos «El Duende Narigudo», el cual desde lo alto del torreón arrojaba piedrecillas a los tejados de las calles contiguas y no dejaba dormir a los habitantes, y si se asomaban a las ventanas les hacía muecas desde las almenas.
Hubo muchos fantasmas falsos, precisamente un amigo nuestro, abogado nos ha contado la historia de un fantasma que hubo en Triana hacia 1.830. Se trataba de un soldado francés napoleónico, que cuando se retiraron los franceses al entrar las tropas inglesas en Sevilla, se quedó en una casa de Triana, escondido por su novia. Permaneció más de diez años escondido, y para que nadie lo descubriese, la novia hizo correr el rumor de que había un fantasma en aquella calle, con lo que nadie se atrevía a pasar de noche por ella, y era el momento que él aprovechaba para poder salir de su escondite. Pasado ese tiempo, y cambiadas las circunstancias políticas, el hombre salió ya a la luz pública, se nacionalizó español, y su mujer ya casados, se colocó de camarista de la Duquesa de Montpensier, habiendo vivido hasta casi finales del siglo XIX. Este matrimonio fueron los bisabuelos o tatarabuelos de nuestro amigo el abogado.
En la Barqueta hubo también fantasmas, aunque después se descubrió que no eran tales, sino «matuteros» que pasaban jamones a escondidas, sin pagar el arbitrio municipal de «consumos» que había que abonar en la esquina de calle Calatravas con calle Torneo, en el lugar que llaman el Blanquillo, el arrimo del convento de San Clemente; cuya caseta de los guardas de consumos ha existido hasta 1950.
El último fantasma de Sevilla del que tenemos noticia, es aca tual, y todavía se encuentra en servicio activo. La noticia está relatada en un artículo publicado en el diario «The Miami Herald» de Miami, Estados Unidos, el 23 de marzo de 1969, escrito por Mr. J. Edward Thomas, director del Instituto Británico de Sevilla. Según Mr. Thomas, en el edificio del Instituto Británico, calle Fabiola, se aparece una mujer, vestida con traje a la moda de 1.920, descendiendo la escalera principal y desvaneciéndose por una puerta tapiada que antiguamente daba a una capilla. Dicho fantasma ha sido visto por varios profesores y alumnos del Instituto Británico. Según los expertos, este fantasma podría ser el espíritu de una señora Fernández Murube o Muruve, que se suicidió en el mismo edificio a principios del siglo actual. Nos parece muy en su punto que el último fantasma de Sevilla sea precisamente habitante del Instituto Británico, pues ya se sabe que los ingleses son grandes aficionados y entendidos en materia de fantasmas. (Don José González Chaves ha grabado en magnetófono ruidos producidos por este fantasma.)
Una aparición que ha llamado mucho la atención de los estudiosos que se preocupan de estos temas, figura documentada en el Archivo Municipal. Se trata de un misterioso personaje, que se ha aparecido en repetidas ocasiones, diciendo que tenía que transmitir un importante mensaje de otro mundo. En el siglo XVII esto se interpretó como «un mensaje del otro mundo» y por consiguiente cosa fantasmal, pero los estudiosos modernos piensan en que no significa DEL sino DE otro mundo, y por consiguiente lo interpretan como un mensaje de otro planeta. Este asunto, en la fecha en que redactamos este libro está siendo estudiado por don Ignacio Darnaude Rojas-Marcos, don Manuel Terry, y don Enrique Campos, desde un punto de vista científico.
(c) Jose María de Mena 1.974
(c) David de Mena 2025
Comentarios por Jose María de Mena