Paseo de la Alameda de Hércules

El monumento más colosal de Sevilla es el erigido por el asistente (alcalde y gobernador) don Francisco de Zapata y Cisneros, conde de Barajas, sobre la antigua laguna de la Cañaverería, que en el año de 1574 hizo rellenar para sanearla y plantarla de álamos, lo que le dio el nombre de Alameda. Acabó así con una charca pestilencial, que cada verano llenaba la ciudad de mosquitos, y que era la causante de la endemia de fiebres tercianas o palúdicas que padecía el vecindario.

Pero no contento con esta mejora pública sanitaria, hizo embellecer el lugar con magníficas fuentes, la de Baco, la de Neptuno y las Ninfas, y la «Pila del Pato», que siendo la única que se conserva al cabo de los siglos está hoy trasladada a la plaza de San Leandro. Dotó a la Alameda de abundosas fuentes cuya agua hizo traer por cañerías de ingenioso trazado desde el manantial del Arzobispo, que estaba por la carretera de Miraflores, y por fin, convertida la Alameda en el paseo más elegante de la Europa de entonces, quiso también hacerlo el más majestuoso a cuyo efecto encargó al maestro mayor (ingeniero) Bartolomé Morel trasladar a la Alameda dos grandiosas columnas de las cinco que había en la calle Mármoles, vestigios del antiguo templo romano.

Las columnas no son de procedencia española, pues los entendidos afirman que en la época de su data no existían en España canteras que produjesen piezas de este tamaño, y por otra parte los romanos eran muy diestros en trasportar grandes piezas por vía marítima, como lo hicieron para llevar el Obelisco, desde Egipto hasta Roma. La tesis admitida es que estas columnas se trajeron de las canteras que suministraron la piedra para construir el Circo Máximo de Roma, y en el fuste de una de ellas se puede leer la marca de cantería de su fabricante, Virinus.

Los pedestales fueron bien reparados por el arquitecto Asensio de Maeda, a quien se le encargó también que restaurase y perfeccionase dos capiteles antiguos encontrados en la calle Abades, y que según el erudito don Jesús Palomero Páramo, parecen ser labrados en Roma en el mismo taller que hizo los de las termas de la ülla de Adriano. La restauración, dirigida por Maeda, fue realizada por el cantero Francisco Sánchez.

Sobre los capiteles se pusieron dos peanas o pedestales para las estatuas, que diseñó Maeda y construyó el cantero antes citado, poniéndoseles inscripciones latinas. Y en fin, sobre estas basas o peanas se pusieron las soberbias estatuas de los dos personajes llamados Padres de la Patria Hispalense, uno Hércules el navegante fenicio-libio que fundó Sevilla, y otro César, el glorioso romano que urbanizó y amuralló Sevilla haciéndola capital de la Bética. Estas estatuas las labró el escultor Diego Pesquiera, quien bajo la figura de aquellos personajes retrató a Carlos I y Felipe II poniéndoles los rostros de estos monarcas.

En los pedestales se pusieron lápidas recordatorias de la creación de la Alameda, y en una de ellas se dice además que el trabajo de traer las gigantescas columnas por medio de las estrechas calles de Sevilla fue comparable a los propios «trabajos de Hércules». (En nuestro libro sobre las lápidas, placas y cerámicas conmemorativas de sevilla, titulado Sevilla habla de Sevilla, incluimos el texto completo de estas con su traducción en latín). Tanto las de los pedestales como las de los podios que sostienen arriba las estatuas debieron ser redactadas por el célebre latinista Pacheco, canónigo de esta catedral y autor de muchas otras inscripciones.

La Alameda, con todos sus adornos, fue inaugurada en 1578. En el año 1765 se cerró el extremo norte del paseo con dos columnas rematadas por leones tenentes de escudos, labrados por el escultor Cayetano de Acosta. Sin embargo de esta mejora el paseo inició pronto su degradación, dejando de ser el lugar de asueto de los elegantes para convertirse en punto de reunión de pícaros y rameras, pasando el público que antes la frecuentaba, a otros lugares como los jardines de las Delicias, y el paseo de Cristina.

(c) José María de Mena 1993

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