Un arte que alcanzó esplendor en los siglos XVI, XVII y XVIII, cuando en Sevilla abundaban el oro y la plata que se traía del Nuevo Mundo, fue la orfebrería, que llenó nuestros templos y conventos con
riquísipas Custodias, Cálices, Copones, Relicarios, y otros objetos sagrados,
de los estilos Renacimiento y Barroco.
La orfebrería experimenta un colapso durante el siglo XIX muy explicable por dos motivos: las pérdidas de las colonias y el empobrecimiento económico de Sevilla y
porque la Desamortización de los bienes eclesiásticos que, al cerrar docenas de
conventos e iglesias, produjo una saturación de tales objetos de culto en el mercado de tal modo que languidecieron los talleres de los orfebres por falta de encargos.
A principios del siglo XX resurge este arte, y en los años 1.940 adquiere vigoroso empuje, ante una gran demanda de ornamentos
litúrgicos para sustituir a los que se habían destruido durante los incendios revolucionarios de templos en los años treinta o los que habían desaparecido por el pillaje.
Los principales orfebres que realizan la admirable labor de devolver a Sevilla su pasado esplendor en esta rapa del arte son, Manuel Seco Velasco, autor de la corona de la Virgen de las Angustias de la hermandad de los Gitanos, obra valiosísima de tres kilos de oro; Villareal, autor de la corona de plata sobredorada de la Virgen de la Cabeza, de la
hermandad de las Siete Palabras; Jesús Domínguez, autor de la corona de la Virgen de las Mercedes de la hermandad de Santa Genoveva del Tiro de Linea, y Cayetano Gonzalez López, a quien se deben infinidad
de piezas importantes, copo el «paso» de la Virgen de la Concepción, de la hermandad de Silencio, el «paso» de Nuestro Padre Jesús de Pasión, las dos grandes jarras de plata del «paso» del Cristo del Calvario, y otras muchas.
Pero de entre todos los orfebres destaca por su variadísima labor y por su originalidad creadora Fernando Marmolejo Camargo, a quien yo conocí cuando era muy joven, allá por los años 1.950, en que estaba labrando las piezas de plata que revisten las paredes del camarín de la Virgen de la Esperanza de la Macarena en su basílica que por aquel
entonces se estaba terminando de construir.
Nadie hasta entonces había afrontado una obra de tal tamaño y complejidad. Tras el camarín vinieron infinidad de coronas, vasos sagrados, y otros objetos de culto,
y abrumadora cifra de insignias, senatus, varas procesionales, cruces de guía, tapas de libros de Reglas, y cuanto la orfebrería puede dar al culto religioso.
En los años cincuenta y sesenta, Fernando Marmolejo agota materialmente todos los estilos adaptándolos al Sevillanismo. Hace
incluso diseños de mantos de Virgenes, y cincela cabecitas de marfil de
angeles para decorar esos mismos mantos, y para los guardapaños de las bocinas que él mismo ha labrado.
Ya en los finales de los sesenta abre nuevos horizontes a la orfebrería, pasando del tema religioso al profano, con una inolvidable exposición de frutas y espigas y de objetos decorativos. Realiza simultáneamente
un cáliz para la primera misa del nuevo Papa y la cubertería y vajilla para la boda de los entonces príncipes de España, Juan Carlos y Sofía, boda que se celebra en Atenas.
Pero la maxima obra de orfebrería profana que acomete Fernando Marmolejo en su pequeño estudio-taller de la calle Baños, frente al exconvento del Carmen, (la casa más antigua que tenía Sevilla, datada en el siglo XIV y que desafortunadamente se ha hundido sin que se impidiera su destrucción, pese a los esfuerzos que Marmolejo hizo por evitarlo) es sin duda la creación de los Trofeos Deportivos Ciudad de Sevilla. Gigantescas copas de plata cincelada, con temas ornamentales sevillanos, para los
campeonatos anuales de fútbol.
Un día, en 1.975 el pueblo de Sevilla asistió con asombro a una especie de procesión cívica, en la que se transportaba sobre una gran parihuela una de estas gigantescas copas, para llevarla a depositar en el Ayuntamiento, desde el taller del artista. Al principio fueron solamente los transportistas que la llevaban, pero por las calles se les fue uniendo público, hasta constituir una verdadera multitud. Sobre el par de cabezas emergía la obra de arte, tal copo emerge la custodia en la procesión del Corpus Cristi. Como en los triunfos de los grandes artistas del Renacimiento cuando paseaban, en olor de multitud, sus mejores obras, por las calles de Florencia.
Comentarios por Jose María de Mena