Hace mucho tiempo que estoy siguiendo la pista a unos sevillanos que escaparon de la legión y desertaron. Es esta una labor casi policíaca. Buscar desertores. Claro que no eran insumisos, y que antes habían sido buenos soldados. Y que su deserción estaba justificada porque les iba en ello la vida.
Sí, hace treinta años que me preocupa aquella deserción.Y al fin les he localizado. Claro que ya no se les puede castigar porque pasado cierto tiempo ya no existe delito. Mi amigo el ilustre abogado don José Santos Torres, me diría que los delitos prescriben pasado cierto plazo. Y el coronel don Enrique de la Vega Viguera, también historiador quizá diga que el delito de deserción prescribe cuando el individuo ha rebasado la edad de la licencia absoluta. O algo así.
Estos fugitivos a quienes yo estoy investigando ya han rebasado ese tiempo. Su deserción fue exactamente el año 53. Sí, el año 53 antes de Jesucristo.
La historia comienza cuando en el año 88 antes de Cristo, durante la guerra civil entre Mario y Sila, un joven de veinte años presenció la muerte de su padre y su hermano, bajo el filo de la espada de los verdugos de Mario.
Este joven se llamaba Marco Licinio Craso, y animado por el afán de vengarlos se inscribió en una de las legiones romanas y vino a España a participar en aquella guerra, donde alcanzó pronto los máximos honores y ascendió hasta el rango de general.
En cierta ocasión quedó herido en el campo de batalla, y allí le recogió un amigo apellidado Paccieco, que le ocultó en una cueva y le cuidó hasta que se curó. Este Paccieco es el primero de los del linaje de Pacheco, apellido que aún existe entre nosotros.
Pasados cinco años Marco Licinio Craso volvió a Roma llevando consigo un numeroso ejército reclutado en Sevilla, con el que había formado una de las más floridas legiones romanas.
En Roma formó parte del triunvirato, con César y Pompeyo, pero parece que Pompeyo tenía celos de él por su prestigio, y César tenía miedo de él, porque podía es9rbar sus planes autócratas. Así que al constituirse el triunvirato le dijeron que se quedase con el gobierno de Oriente, Egipto, Judea, Arabia, Siria, Persia. Y allá que fue Craso con sus legiones sevillanas. Para estas fechas habían ocurrido ya muchas cosas, y la fecha era el año 55 antes de Cristo.

Craso movido por su espíritu belicoso y confiando en su buena estrella, decidió ensanchar el imperio romano y declaró la guerra a la nación Parthia, derrotando al rey de los partos en dos batallas. Esto le abrió el camino más hacia el oriente, en la tierra de los Mongoles. Pero allí su estrella se eclipsó: su hijo que era lugarteniente y mandaba la vanguardia, fue muerto en una emboscada. Craso confió en un jefe árabe, que le engañó y le metió en el desierto donde sus soldados desfallecieron de sed, y entonces cayeron sobre ellos los Mongoles. Craso fue muerto, y al saber que era hombre inmensamente rico y avaricioso, por mofa le llenaron la boca de oro derretido.
¿Y los soldados sevillanos? Una parte del ejército, las llamadas Turmas o tropa de caballería, viendo perdida la batalla se retiraron, pero en vez de intentar el regreso a Siria, marcharon todavía más hacia el Oriente. Bordearon Persia por el norte, y debieron pasar por Samarkanda y allí se perdió el rastro, y su noticia. Más allá de Samarkanda terminaba el mundo conocido.

Y entonces suena el teléfono, y mi hermano militar, que es capitán de Estado Mayor, me dice, de buena mañana:

-José María, tengo buenas noticias para ti, tus desertores han aparecido.

– ¿Dónde?

– En la China.Te mando por correo urgente un ejemplar de la edición alemana del Diario del Pueblo, de Pekín. En efecto, el día siguiente me llega el periódico oficial del partido comunista chino en edición alemana: Fecha 9 de diciembre.

La noticia dice así:

«Pekín. Las tropas del imperio romano capitaneadas por un hijo de Craso estuvieron en China y fundaron en el año 35 antes de Cristo una ciudad en el extremo occidental de la gran muralla. Arqueólogos chinos acaban de identificar el lugar donde estuvo la ciudad hoy desaparecida, llamada Luquia”.

Otra parte de la historia me ha llegado algo después, procedente de Australia: un historiador australiano, valiéndose de fuentes documentales chinas ha reconstruido los sucesos: tras cruzar el desierto las turmas de caballería de sevillanos, se pusieron en contacto con los Hunos, que estaban en guerra contra los emperadores de los chinos, contratándose como mercenarios.
En la primera batalla, los chinos se dieron cuenta de que en el ejército de los Hunos había cierta tropa que combatía de modo distinto, con una táctica desconocida en la región en forma de “escamas de pez”.

Inmediatamente los chinos propusieron la paz a los Hunos, con el fin de contratar ellos a los extraños soldados de raza blanca, y consiguieron incorporarlos al imperio chino, encomendándoles la defensa del extremo occidental de la Gran Muralla. La Gran Muralla se había comenzado a construir en el siglo VI antes de Cristo. Los legionarios sevillanos establecieron allí una ciudad, que se llamó Lukia, y que subsistió durante catorce siglos.

Lo curioso del caso es que Lukia es también el nombre de un pueblo en la provincia de Sevilla, es decir del Conventus hispalense, situado en la ribera del Odiel, del que hay referencia en Plinio, libro tercero capítulo l. Probablemente alguno de los jefes de aquel ejército sevillano le puso el nombre de Lukia porque sería natural de dicho pueblo de la provincia de Sevilla.
Sí, de la provincia de Sevilla hasta hace poco, hasta el siglo pasado en que Javier de Burgos cambió el mapa de España sustituyendo reinos por provincias y desgajó de Sevilla la de Huelva. Pero esto ya es un tema para otro día.

© José María de Mena 1990

© David de Mena 2019